ARTÍCULO ARTICLE
Variaciones regionales de la mortalidad por homicidios en Jalisco, México
Regional variations in homicide mortality in Jalisco, Mexico
María Guadalupe Vega-LópezI; Guillermo J. González-PérezI; Armando Muñoz de la TorreI; Ana Valle BarbosaI; Carlos Cabrera PivaralI,II; Pedro P. Quintero-VegaI
ICentro de Estudios en Salud, Población y Desarrollo Humano, Centro Universitario de Ciencias de la Salud, Universidad de Guadalajara. Modena 1134, Col. Providencia, CP 44630, Guadalajara, Jalisco, México
IIInstituto Mexicano del Seguro Social, Delegación Jalisco. San Juan Bosco 3782, Col. Chapalita, Guadalajara, Jalisco, México
Dirección para correspondencia
RESUMEN
El presente estudio busca describir las variaciones regionales de la mortalidad por homicidios en el estado de Jalisco, México, en 1989-1991, 1994-1996 y 1999-2000, analizando a su vez el comportamiento de la tasa de homicidios según género y estratos de bienestar socioeconómico. A partir de la información sobre mortalidad generada por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía y Informática, se calcularon tasas ajustadas por edad y género e índices de sobremortalidad masculina. Además, se calcularon razones de tasa y su intervalo de confianza (95%). Los resultados reflejan que la tasa de homicidios presenta una tendencia decreciente en los años 90; que existe un patrón regional de la mortalidad por homicidios, observándose las tasas más altas en regiones periféricas del estado consideradas entre las más pobres; que los municipios ubicados en el estrato de bienestar más bajo presentan un exceso de mortalidad por homicidios estadísticamente significativo, y que hay una evidente sobremortalidad masculina por esta causa. Aspectos como los antes descritos implican tareas y desafíos para la salud pública y para los organismos encargados de preservar la ley y el orden, entre ellos la necesidad de implementar políticas intersectoriales diferenciadas, que tomen en consideración las particularidades que rodean al homicidio y al crimen violento en Jalisco.
Palabras-claves: Mortalidad; Violencia; Condiciones Sociales
ABSTRACT
The present study describes regional variations in homicide rates in Jalisco State, Mexico, in 1989-1991, 1994-1996, and 1999-2000, analyzing the trends by gender and socioeconomic stratum. Using mortality data generated by the National Institute for Statistics, Geography, and Information Technology, homicide rates adjusted by age and gender were calculated, along with rate/female rate ratios; rate ratios by socioeconomic stratum and 95% confidence intervals were also calculated. According to the results, the homicide rate showed: a downward trend in the 1990s; a regional homicide mortality pattern, with the highest rates in peripheral regions, considered among the poorest areas in the State; municipalities with the lowest socioeconomic conditions also presenting a statistically significant excess homicide mortality; and an evident over-mortality from homicide among males. The results point to tasks and challenges for public health and law enforcement institutions, including the need to implement different inter-institutional policies that take into consideration the characteristics of homicide and violent crime in Jalisco.
Key words: Mortality; Violence; Social Conditions
Introducción
Los principales organismos internacionales en el campo de la medicina y la salud pública - como la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades de Atlanta (CDC) o la Organización Panamericana de la Salud (OPS), entre otros - han declarado a la violencia como una prioridad de salud pública, una epidemia que pronto podría sobrepasar a las enfermedades infecciosas como la principal causa de morbilidad y mortalidad prematura en todo el mundo (Flanagin & Cole, 1998; PAHO, 1990; WHO, 1998).
Entre los crímenes violentos, un lugar especial corresponde a los homicidios, los cuales son, sin dudas, una expresión extrema de graves problemas sociales que están presentes tanto en los más amplios y públicos sectores de la sociedad como en las relaciones ínter subjetivas propias del ámbito privado (Short Jr., 1997; Souza, 1995). Si bien los países desarrollados - quizá con la excepción de los Estados Unidos - han reportado tasas de homicidio relativamente bajas en años recientes, en Latinoamérica la mortalidad por homicidios ha alcanzado niveles sumamente elevados desde los años 80, particularmente en Brasil, Colombia y Centroamérica, y aunque en menor medida, también en México (Mesquita Neto, 2002).
En el contexto mexicano, el estado de Jalisco ha mantenido tasas de homicidio inferiores al promedio nacional en las dos últimas décadas (Vega-López et al., 2001), aunque estas tasas - cuyos valores han oscilado entre 18,3 y 8,7 por 100.000 habitantes - no pueden de ninguna forma considerarse bajas en el contexto internacional.
Al comparar las tasas de homicidios entre países - o entre áreas geográficas de un mismo país - diversos autores han hecho énfasis en la relación existente entre pobreza, desigualdad social y crimen violento, y en la necesidad de un análisis que tome en cuenta las diferencias espaciales para explicar las posibles variaciones de las tasas de homicidios en un territorio determinado (Kaplan et al., 1996; Kawachi, 2000; Kennedy et al., 1999; Wilson & Daly, 1997).
Los estudios sobre homicidios en México, sin embargo, no han abordado esta problemática, orientándose sustancialmente a analizar diversos aspectos de su comportamiento según género, edad o lugar de ocurrencia (Celis et al., 1996; Híjar-Medina et al., 1997; López et al., 1996); en particular, los reportes publicados en Jalisco sobre el tema - desde la perspectiva de la salud pública - son escasos (Vega-López et al., 2001), lo que impide tener una noción clara y objetiva de cuál es la situación real que en torno a los homicidios existentes en las diversas regiones del estado y de cómo la salud pública pudiera abordar dicha problemática.
En tal sentido, el presente estudio pretende describir la distribución regional de la mortalidad por homicidios en Jalisco en los trienios 1989-1991, 1994-1996 y el bienio 1999-2000, analizando a su vez el comportamiento de la tasa de homicidios según género y estratos de bienestar socioeconómico. Con ello se pretende establecer un patrón de la variación regional de los niveles de homicidio en el estado, así como esbozar - en un plano macrosocial - la relación entre pobreza, condiciones desfavorables de vida y homicidios.
Material y métodos
El presente estudio se desarrolló en el estado de Jalisco, ubicado en el centro-occidente de México. Jalisco, con una extensión de 80.137km2, es uno de los estados más poblados del país, con alrededor de 6.300.000 habitantes en el año 2000; es también uno de los estados con mayor desarrollo económico, aportando aproximadamente un 7% del PIB nacional, y su capital, Guadalajara es la segunda ciudad más grande de México (INEGI, 2000). De acuerdo con el Gobierno de Jalisco, el estado se divide en 12 regiones, que agrupan a los 124 municipios que conforman el estado; en particular, la Zona Metropolitana de Guadalajara - con más de tres millones de habitantes - se ubica en la región Centro (COPLADE, 2001).
Por otra parte, se empleó la clasificación de municipios según nivel de bienestar socioeconómico elaborada por el Instituto Nacional de Estadísticas, Geografía e Informática (INEGI), para analizar cómo se distribuye geográficamente el bienestar social en el estado y su posible relación con los niveles de homicidio observados. Esta clasificación de niveles de bienestar está basada en 35 indicadores sociodemográficos y económicos municipales tales como promedio del nivel de escolaridad, porcentaje de población rural, porcentaje de población ocupada en el sector primario, porcentaje de población con acceso a la seguridad social, o porcentaje de viviendas con energía eléctrica, por solo citar algunos de ellos (INEGI, 2001).
Así, los siete niveles que contempla la clasificación de INEGI - en la cual el nivel 1 incluye los municipios con un nivel de bienestar más bajo y el 7 aquellos municipios con mayor grado de bienestar -, fueron reagrupados en este estudio en tres nuevos estratos que - al contar con un mayor volumen poblacional - permitieran reducir la aleatoriedad en el comportamiento de la tasa de homicidio: el estrato I (que incluye los municipios ubicados en los niveles 1, 2, 3 y 4 de la clasificación original del INEGI, y representa aproximadamente el 12% de la población del estado); el estrato II (integrado por los municipios incluidos en los niveles 5 y 6, con el 26 % de la población del estado) y el estrato III, que solo incluye al nivel 7, pero representa al 62% de la población de Jalisco, al incluirse aquí la Zona Metropolitana de Guadalajara.
En esta nueva clasificación el estrato I refleja el nivel de bienestar más bajo y el estrato III, el de mayor bienestar. Mientras que los municipios ubicados en el estrato I se caracterizan por tener un promedio de escolaridad que no rebasa los 5,3 años, con más del 50% de población rural, un promedio de hijos nacidos vivos por mujer de 3,4 y tener más del 80% de la población sin acceso a los sistemas de seguridad social existentes en el país, en el estrato III el promedio de escolaridad es de 8,5 años, solo el 2% se considera población rural, el número de hijos nacidos vivos por mujer es 2,4, y la población sin acceso a la seguridad social es mucho menor, 45%. Las cifras para el estrato II, se ubican en valores intermedios: 6,4 años de escolaridad media, alrededor del 40% de población rural, 2,9 hijos nacidos vivos por mujer, y alrededor de un 60% de la población sin acceso a la seguridad social (INEGI, 2001).
La información sobre defunciones utilizada para este análisis proviene del INEGI (1995 a 2002); las bases de datos sobre mortalidad generadas por este organismo posibilitan un estudio de esta índole dado su grado de desagregación por sexo, edad, causa y lugar de residencia. En particular, los homicidios - definidos por la OMS como "las lesiones infligidas por otra persona con la intención de agredir y matar por cualquier medio" (Barata et al., 1999: 712) - fueron clasificados para 1989-1991 y 1994-1996 de acuerdo con la Novena Clasificación Internacional de Enfermedades-Anexo E, códigos E960 hasta E969-, un criterio consistente con las normas propuestas por distintas instituciones internacionales, como el Injury Control Community (Fingerhut et al., 1998). El análisis para el bienio 1999-2000 se realizó en base a la Décima Clasificación Internacional de Enfermedades, donde los homicidios aparecen en el rubro "Agresiones", X85-Y09 (OPS, 1995).
A su vez, los datos de población fueron obtenidos de los Censos de Población y Vivienda de 1990 y 2000, y del Conteo de Población de 1995, todos realizados por INEGI (1992, 1995b, 2000). Esta información, tabulada a nivel municipal, fue empleada para calcular en los tres momentos estudiados la población de las 12 regiones y los 3 estratos en que fue dividido el estado de Jalisco.
La información existente permitió calcular, para cada una de las regiones, tasas trienales de mortalidad bruta y ajustada por edad y género para 1989-1991 y 1994-1996, y tasas bienales (dado que no ha sido publicada aún la información correspondiente al año 2001) para el período 1999-2000, asumiendo como estándar la población de Jalisco en 1995; las 12 tasas regionales obtenidas para cada período estudiado se ordenaron y clasificaron en terciles (cuatro regiones en cada tercil) y posteriormente se representaron por medio de mapas.
De igual forma, se calcularon índices de sobremortalidad masculina (es decir, la razón obtenida al dividir la tasa de mortalidad masculina entre la femenina), por estratos. El cálculo de tasas para los trienios 1989-1991 y 1994-1996 y para el bienio 1999-2000 permitió atenuar la posible variabilidad aleatoria de las tasas dada las diferencias existentes en el tamaño de la población de las regiones o de los estratos. Además, para cuantificar el exceso de mortalidad por homicidio entre ciertas regiones o estratos, se calcularon razones de tasa y su intervalo de confianza al 95%.
Resultados
En la Tabla 1 se puede apreciar - en primer lugar - el importante descenso de la mortalidad por homicidios en el estado de Jalisco en los años 90, pues la tasa se redujo casi en un 50% entre 1989-1991 y 1999-2000; en el nivel regional se aprecia también una reducción de la tasa de homicidio en 10 de las 12 regiones que componen la entidad: en 3 de ellas - 03 (Altos Sur), 10 (Sierra Occidental) y 12 (Centro), la reducción de la tasa rebasa el 50%.
Al analizar cada período, es evidente que hay tres regiones que siempre se encuentran en el tercil con tasas más altas: 01 (Norte), 05 (Sureste) y 08 (Costa Sur), regiones que exhiben en 1989-1991 y 1994-1996 tasas superiores a 18 homicidios por 100.000 habitantes y en 1999-2000 tasas por encima de 14, en todos los casos claramente mayores a la media del estado.
En especial, la región 05 presenta la tasa más alta en los tres momentos estudiados. Debe señalarse además que la región 10 (Sierra Occidental) presentó tasas muy elevadas en 1989-1991 y 1994-1996, por lo que se ubicaba claramente en el tercil de mayor mortalidad. Para 1999-2000 la tasa en esta región se redujo sustancialmente, y su lugar en el tercil de mayor mortalidad fue ocupado por la región 07 (Sierra de Amula).
De igual modo, de las cuatro regiones que presentan las tasas de homicidios más bajas en 1989-1991, 1994-1996 y 1999-2000, coinciden tres de ellas en los tres momentos estudiados: 02 (Altos Norte), 03 (Altos Sur) y 04 (Ciénega), cuyas tasas - siempre inferiores a 10 por 100.000 habitantes - están francamente por debajo de la media estatal en cada período. Destaca el caso de la región 02 (Altos Norte), cuya tasa es, tanto en 1989-1991 como en 1994-1996, la menor de todas, así como la tasa observada para la región 04 (Ciénega) en 1999-2000, la más baja de todas las tasas registradas en los períodos analizados.
Así, el exceso de mortalidad por homicidios de unas regiones con respecto a otras es evidente: la tasa de la región 05 - siempre la más elevada - sextuplica, tanto en 1989-1991 como en 1994-1996, la tasa de la región 02 - la más baja -, y cuadruplica en el 1999-2000 la de la región 04 (Ciénega); en su conjunto, la tasa de las regiones ubicadas en el tercil con las tasas más elevadas triplican en los tres momentos analizados la tasa de aquellas regiones que conforman el tercil de menor mortalidad.
Las regiones con las más altas tasas de homicidios también presentan las tasas más elevadas de homicidios masculinos en los períodos estudiados - destacando la región 05 (Sureste), con tasas superiores a 50 por 100.000 en 1989-1991 y 1994-1996 -; en lo referente a los homicidios femeninos llama la atención que en las regiones 01 (Norte) y 05 (Sureste) las tasas se mantuvieron relativamente altas en los tres momentos analizados, aunque para el trienio 1994-1996, la tasa más elevada la presenta la región 06 (Sur). Por el contrario, en la región 10 (Sierra Occidental) - con altas tasas de homicidio masculino - no se registraron homicidios femeninos en 1994-1996 y 1999-2000, y en la región 08 (Costa Sur) - también con altas tasas de homicidio masculino en los tres períodos, se observan tasas muy bajas de homicidios femeninos en 1989-1991 y 1994-1996, por lo que se aprecia en estas regiones la mayor sobremortalidad masculina.
Desde una perspectiva espacial, el comportamiento de los homicidios en Jalisco (Figura 1) permite identificar al oriente del estado - y en menor medida el centro - como las zonas con las tasas más bajas en los tres momentos estudiados; estas áreas - muchas de las cuales se ubican en una extensa planicie a más de 1.000m por encima del nivel del mar - se encuentran bien comunicadas a las principales ciudades del estado, especialmente su capital; mientras, las tasas mas elevadas se ubican siempre en el sureste, el oeste - donde se observa una amplia franja de alta mortalidad por homicidios, que en buena medida coincide con áreas rurales en serranías de difícil acceso - y el norte del estado, territorio éste también montañoso, de difícil acceso y con importantes asentamientos indígenas.
Al analizar las tasas ajustadas de homicidio según estratos de bienestar socioeconómico (Tabla 2), es evidente que en todos los estratos la tasa disminuye, siendo esto más marcado en el estrato III, cuya tasa se redujo en más de un 50%. Por otra parte, en todos los momentos analizados el estrato I - donde se ubican los municipios con un menor nivel de bienestar - presenta las tasas más elevadas; por el contrario, las tasas más bajas se ubican siempre en el estrato II.
Así mismo, la cuantificación del exceso de mortalidad permite apreciar que la tasa observada para el estrato I casi duplica la del estrato II en 1989-1991 y 1994-1996, y la rebasa en un 60% en 1999-2000; además, que el exceso de mortalidad del estrato I con respecto al estrato III - estadísticamente significativo en los tres años - se incrementa de forma notoria en el decenio estudiado.
Junto a ello, se identifica claramente la mayor sobremortalidad masculina por homicidios existente en los tres momentos en el estrato I con respecto a los índices estimados para los otros dos estratos, además de ser evidente que la sobremortalidad masculina en dicho estrato se mantiene prácticamente constante en los 90. Por el contrario, en los estratos II y III se observa un importante descenso de este índice.
Por último, la Figura 2 refleja la distribución de municipios en el estado de Jalisco según estratos de bienestar socioeconómico. Es obvio que en el norte, el oeste y el sur del estado predominan los municipios con un menor nivel de bienestar - ubicados en el estrato I -, mientras que en el centro y el oriente de Jalisco es mayor el número de municipios ubicados en los estratos de bienestar II y III.
Discusión
Es indudable que los estudios de mortalidad desempeñan un papel clave en la epidemiología descriptiva de la violencia, dadas las dificultades para obtener otro tipo de datos confiables (Terris, 1998). Es por ello que, aún cuando pueden existir limitaciones en el presente estudio - como un posible subregistro de homicidios - los resultados hallados son básicos para comprender las variaciones espaciales de la tasa de homicidios en el estado de Jalisco en la última década. En particular, dado que no existen indicios de que el subregistro de los homicidios sea especialmente mayor en alguna fecha del período estudiado - o en alguna región del estado - puede asumirse que la tendencia observada al comparar las variaciones regionales de la tasa es, en sí misma, consistente; de igual forma, al trabajar con tasas ajustadas por edad según género, se puede identificar mejor el impacto de esta causa tanto en la población masculina como femenina, y hacer comparaciones más certeras entre regiones y años.
Al analizar los resultados hallados, algunos de ellos pudieran considerarse polémicos; por ejemplo, el estudio revela que la tasa de homicidios en Jalisco desciende entre 1989-1991 y 1999-2000, y que ese proceso se da también en la gran mayoría de las regiones del estado; si bien en términos de mortalidad este hecho parece normal (dado que la mortalidad general ha disminuido en el mismo período, como consecuencia del incremento generalizado de la calidad de vida de la población), en el contexto de la violencia parece contradictorio, pues prevalece en el imaginario social la idea de que se vive en un ambiente cada vez más violento.
Por otra parte, la identificación en la periferia del estado de las regiones con las más altas tasas de homicidios, lleva implícito otro cuestionamiento: ¿cómo creer que la región Centro, donde se ubica la Zona Metropolitana de Guadalajara no sea la región del estado donde el riesgo de ser asesinado es mayor, si los habitantes de esta metrópoli la perciben como una urbe cada vez más violenta y peligrosa?
Los propios resultados ponen de manifiesto que si bien es innegable el descenso de la tasa de homicidios en Jalisco, eso no significa que la tasa del estado o la tasa observada en la mayoría de sus regiones sea baja; por el contrario, la tasa alcanzada en el estado en el bienio 1999-2000 (8,7 por 100.000 habitantes), aunque menor que la de México en su conjunto - 11,0 en el 2000 (Secretaría de Salud, 2002) - rebasa claramente la tasa observada en Estados Unidos en 1999 (5,7), con mucho el país desarrollado con la mayor mortalidad por homicidios del mundo (U.S. Department of Justice, 2001). Varias de las regiones, por su parte, también rebasan esas cifras. De igual forma, la tasa de Jalisco - y la de buena parte de sus regiones - es notoriamente mayor que las tasas que exhiben Costa Rica y Chile en años recientes, y solo es inferior a las tasas que presentan algunas de las ciudades más violentas de Latinoamérica y del mundo como Cali, Río de Janeiro, Caracas, San Salvador o São Paulo (Barata et al., 1999; Cruz, 1999; Oviedo & Rodríguez, 1999).
A su vez, debe señalarse que las cifras absolutas de homicidios se han mantenido relativamente altas - en Jalisco se registraron alrededor de 700 homicidios anuales en los primeros años de la década de los 90, y cerca de 500 al final de la misma, valores estos en cierta medida comparables. Así, si bien el riesgo de ser asesinado se ha reducido realmente, las cifras de homicidios continúan siendo lo suficientemente elevadas como para que este tipo de noticias aparezcan cotidianamente en la prensa escrita, radial y televisiva, dando la imagen - en sentido estricto errónea - de que cada vez es más probable ser víctima de un homicidio.
Esto último no parece ser solo privativo de Jalisco o México: estudios realizados en Canadá y en Estados Unidos demuestran que mientras las tasas de homicidios han descendido claramente en los años 90, el tiempo dedicado en los medios - particularmente la televisión - a los crímenes violentos (en especial los homicidios) se ha incrementado sustancialmente; es indudable que el sensacionalismo vende, por lo que el crimen violento ocupa espacios estelares en los medios y en consecuencia, la población no cree que los asesinatos estén disminuyendo (CMPA, 2001; Institute's National Media Archives, 1996).
Por otra parte, la relación entre condiciones desfavorables de vida y altos niveles de violencia aparece descrita en numerosos estudios: autores como Kaplan et al. (1996), Kennedy et al. (1999) y Kawachi (2000) han demostrado la asociación en un plano ecológico entre la desigualdad socioeconómica y la tasa de homicidios, al comparar naciones, estados, ciudades o barrios. Aún cuando la pobreza no puede considerarse como la causa directa de la violencia, sin dudas tiene vinculaciones con ella (CEPAL, 1999) y en el contexto estudiado esta relación es un elemento clave para comprender el comportamiento de la mortalidad por homicidios según regiones en el estado de Jalisco, en tanto los hallazgos del presente estudio apuntan hacia el hecho de que son las zonas con un menor grado de bienestar socioeconómico las que presentan mayores tasas de homicidios.
Sin embargo, para muchos la Zona Metropolitana de Guadalajara - ubicada en la región 12 (Centro), cuyos municipios se concentran en el estrato III, el de mayor bienestar socioeconómico - debería ser el área con mayor tasa de homicidios. Por una parte, la literatura sobre el tema ha enfatizado en el carácter urbano de la violencia en Latinoamérica y en el resto del mundo (Cubbin et al., 2000; Mesquita Neto, 2002); por otra, por tener en la Zona Metropolitana de Guadalajara su sede los principales medios de difusión del estado y las instituciones de lucha contra el crimen, los homicidios que ocurren en su territorio alcanzan una divulgación mayor.
En realidad, dado el peso demográfico de la Zona Metropolitana de Guadalajara (donde reside más de la mitad de la población de Jalisco) es lógico encontrar en esta región un mayor número de homicidios que en otras regiones del estado e inclusive, que su tasa se asemeje al promedio estatal; sin embargo, este estudio evidencia que los habitantes de esta metrópoli tienen una probabilidad de ser asesinados menor que la de los habitantes de muchas otras regiones de Jalisco. La sinergia que al parecer existe entre pobreza, ruralidad, aislamiento y narcotráfico - variables que no coinciden en la Zona Metropolitana de Guadalajara - lleva a identificar en este estudio otras regiones del estado como aquellas que presentan las tasas de homicidios más elevadas en los tres momentos estudiados: son estas la región Sureste, la Costa Sur y la Norte.
Estas regiones están integradas por muchos de los municipios más pobres del estado (o con menor nivel de bienestar, como los denomina el INEGI), tal y como se desprende de observar la Figura 2: al comparar este mapa con los presentados en la Figura 1, es evidente que en regiones como la 01 (Norte) o la 05 (Sureste) - con altas tasas de homicidios - prácticamente todos los municipios que la conforman están ubicados en el estrato de menor bienestar socioeconómico; por el contrario, en regiones como la 02 (Altos Norte), 03 (Altos Sur), la 04 (Ciénega) o la 12 (Centro) - cuyas tasas de homicidios son de las más bajas - predominan municipios con mejores niveles de bienestar, ubicados en los estratos II y III.
Lo anteriormente expuesto se confirma también por otra vía: son estas regiones de Jalisco las que tienen una mayor proporción de familias integradas al Programa de Educación, Salud y Alimentación (PROGRESA), un programa de asistencia social de carácter federal instalado en Jalisco en 1998, que brinda apoyo en educación, salud y alimentación a las familias en extrema pobreza del país (Secretaría de Desarrollo Social, 2001); es de destacar, por ejemplo, que en la región 01 (Norte) el 25,5% de las familias reciben este tipo de apoyo (o sea, están consideradas en extrema pobreza), y que en su conjunto, en las regiones que han mantenido las más altas tasas de homicidios el porcentaje de familias que recibe este apoyo es de un 15% - en comparación con aquellas regiones con menor tasa de homicidio, donde es de 7% - (Serrano, 2001).
Indudablemente, la distribución inequitativa de la riqueza, así como las condiciones asociadas a la pobreza en estas regiones (carencia de servicios básicos, bajos niveles de escolaridad, la falta de empleo estable y los bajos salarios, discriminación y marginación social o desintegración familiar, entre otros) son posibles generadores de conductas violentas, que pueden llegar al homicidio (Barata et al., 1999). Aún cuando ciertamente todavía no ha sido claramente dilucidado cómo la pobreza, la desigualdad ante el ingreso y la injusticia social afectan las percepciones, motivos y acciones en el nivel individual, algunos autores señalan que estos factores no solamente llevan implícito una mayor carga de stress adaptativo para los individuos, sino que también pueden inspirar el empleo de tácticas de "alto riesgo" - en otras palabras, el uso de métodos violentos - para tener éxito en la competencia social (Daly & Wilson, 1990, 1997; Wilson & Daly, 1985).
A lo anterior parece sumarse - de acuerdo con diversas indagaciones periodísticas - la presencia del narcotráfico en muchas áreas de estas regiones, caracterizadas por su complicada geografía, su aislamiento a causa de la orografía de la zona, localizadas en la periferia del estado y generalmente poco vigiladas (De Dios, 1998a, 1998b; Gutiérrez, 2001); dada la histórica falta de apoyo gubernamental al campo mexicano, cuestiones tales como la carencia de una política de comercialización adecuada de los productos agropecuarios y los bajos precios de los mismos han propiciado el abandono de los cultivos tradicionales - maíz o fríjol - y la búsqueda de alternativas viables, entre las cuales parece estar el cultivo de marihuana u otros enervantes. La instalación del narcotráfico ha llevado implícito - tanto en México como en otros países latinoamericanos - una lucha por el control tanto del cultivo como del tránsito y la distribución de drogas, así como el incremento en su consumo, aspectos estos que sin dudas cobran un elevado número de víctimas (Franco-Agudelo, 1998; Minayo & Souza, 1993); esta situación - unida a la pobreza crónica de estas regiones - esboza un escenario claramente propicio para la existencia de altas tasas de homicidios.
En un sentido opuesto, llama la atención la situación de Los Altos de Jalisco, en el nordeste del estado; con niveles de bienestar relativamente mejores - aunque no óptimos - que los que presentan las regiones antes mencionadas, exhiben definitivamente los índices de homicidios más bajos del estado, lo que se refleja, por ejemplo, en que la tasa de la región Altos Norte es 6 veces menor que la de la región Sureste en 1989-1991 y 1994-1996, y tres veces menor en 1999-2000.
Una explicación de lo que sucede en estas regiones no puede olvidar el fenómeno migratorio; la región de Los Altos ha sido, tradicionalmente, una zona de emigrantes, los cuales se dirigen fundamentalmente hacia Estados Unidos; son generalmente hombres jóvenes en edad productiva, lo que tiene un profundo impacto en la estructura por sexo y edad de la población de esta región (Cornelius, 1976; Hernández, 1998). Si como los resultados sugieren, los homicidios en Jalisco afectan sustancialmente a los hombres, y los hombres jóvenes, que según estudios previos tienen un mayor riesgo de ser asesinados (Vega-López et al., 2001) emigran, se pudiera preguntar ¿entonces, a quién asesinar?, o también ¿quién asesina? Por supuesto, la migración genera un flujo de recursos económicos hacia la región que permite mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, pero el propio hecho de ser una región expulsora refleja la carencia de oportunidades sociales y económicas, elemento que no puede ser obviado al evaluar la relación entre homicidio y condiciones de vida.
Hasta aquí, parecería quedar implícita en el documento la idea de que si las áreas con peores condiciones de vida tienen las tasas de homicidio más elevadas, correspondería a las áreas con las mejores condiciones de bienestar tener las tasas más bajas. Esta tesis, aparentemente válida a escala global - pues son los países desarrollados (con la excepción de Estados Unidos) los que exhiben las tasas de homicidio más bajas -, no se cumple estrictamente en Jalisco, donde son los municipios que se ubican en el estrato II los que tienen las tasas más bajas.
Para entender esta situación hay que asumir que no hay una relación lineal, inversamente proporcional entre ambas variables - a mayor bienestar, menos homicidios o viceversa -, y que el efecto de otras variables sobre esta relación - como la migración, el narcotráfico o la religión, por citar solo algunas - puede modificar la magnitud de las tasas. No obstante, no deja de ser interesante que las tasas de los estratos II y III se hayan estado acercando paulatinamente durante los 90, siendo prácticamente iguales en el bienio 1999-2000.
Un último aspecto a discutir es el concerniente a las diferencias de género en la mortalidad por homicidio encontradas en el estudio, y su comportamiento regional. Se ha comprobado la existencia de una evidente sobremortalidad masculina en prácticamente todas las regiones del mundo, documentándose también que esta prevalece en todas las edades, y que es más marcada en lo relativo a las muertes violentas, en particular los homicidios (OPS, 1998); si bien el comportamiento de la mortalidad por homicidio según género en Jalisco se ajusta a este patrón, no deja de llamar la atención que la diferencia en la mortalidad entre ambos géneros sea tan alta, en particular en algunas regiones del estado como la Costa Sur (08) o la Sierra Occidental (10) en los dos últimos momentos estudiados, quedando de manifiesto que los hombres tienen una probabilidad mucho mayor de ser víctimas de homicidio que las mujeres.
Si se compara el Índice de Sobremortalidad Masculina por Homicidios (ISMH) obtenido para Jalisco en 1999-2000 - el menor de los años estudiados -, con el que presenta México en el 2000: 7,6 (Secretaría de Salud, 2002), Estados Unidos en 1999: 3,2 (U.S. Department of Justice, 2001), o Italia en 1994: 5,0 (Pretti & Miotto, 2000), se puede apreciar que en Jalisco el exceso de mortalidad masculina por homicidios, aunque similar al hallado para México en su conjunto, sin embargo, duplica el observado en Estados Unidos, y también rebasa con creces el ISMH observado en Italia. En algunas de las regiones del estado (como la Costa Sur en 1989-1991 y 1994-1996 y la Sierra Occidental en 1994-1996 y 1999-2000), el exceso de mortalidad masculina va más allá de toda comparación; por otro lado, es en el estrato de menor bienestar en el cual la sobremortalidad masculina alcanza el valor más elevado en ambos años.
Más que pensar solo en la mayor agresividad de los hombres para buscar una explicación a esta situación, diversos indicios sugieren que son condiciones culturales y del contexto socioeconómico - como el desempleo, la falta de oportunidades y la instalación del narcotráfico en muchas de las zonas más pobres del estado - las que permitirían comprender mejor este hecho (Stark, 1990). Así, se pone de manifiesto que el homicidio debe ser entendido en Jalisco como un problema de género, un fenómeno predominantemente masculino; por lo tanto, cualquier estrategia destinada a disminuir la mortalidad por esta causa o a modificar los patrones regionales del homicidio debe poner énfasis en conocer y controlar los factores asociados al asesinato de hombres, y en particular, su distribución espacial si se pretende reducir el número de víctimas masculinas por esta causa.
Es un hecho cierto que para tener una noción integral de la situación de la violencia en el estado de Jalisco habría que incluir en el análisis otro tipo de crímenes que afectan la integridad física de las personas - tales como suicidios, secuestros, robos, violaciones, maltrato infantil, violencia doméstica - y no sólo homicidios. El incremento real de muchas de estos delitos en años recientes, según se desprende de lo reportado por diversas fuentes (López-Contreras et al., 1999), lleva implícito el reconocimiento de la existencia de un ambiente altamente violento en México (y en Jalisco), lo que parece contradictorio con el hecho de que la probabilidad del ciudadano de ser víctima de un homicidio esté disminuyendo.
Sin embargo, países desarrollados con tasas de criminalidad relativamente altas presentan, a su vez, bajas tasas de homicidio, lo que sugiere que no necesariamente niveles de criminalidad elevados van de la mano de altas tasas de homicidio (Zimring & Hawkins, 1997); este hecho, conjuntamente con los resultados de este estudio discutidos previamente, pone de manifiesto la necesidad de estudiar diversos factores que pudieran estar jugando un papel importante en la relación entre niveles de violencia y tasas de homicidio en Jalisco; entre otros, cabe mencionar la existencia de regiones (y grupos poblacionales) social o económicamente vulnerables que sufren discriminación, marginación y viven en la pobreza; los altos niveles de consumo de alcohol y drogas y su relación con conductas violentas, así como, la estrecha relación entre la actividad económica y el narcotráfico en varias zonas del estado; la amplia disponibilidad de armas de fuego entre la población; la intolerancia a los comportamientos diferentes, y por ende, la propensión a dirimir diferencias a través de la violencia o los altos niveles de impunidad que rodean a los actos criminales (Celis et al.,1994; CEPAL, 1999; López-Contreras et al., 1999).
En tal sentido, lo expresado en párrafos previos evidencia que cualquier estrategia encaminada a reducir los homicidios en Jalisco - así como sus diferencias interregionales - implica varios retos, entre ellos: brindar apoyos sustanciales al desarrollo agropecuario, en particular en las regiones identificadas con las mayores tasas de homicidio (01 Norte, 05 Sureste, 08 Costa Sur), que son las más pobres del estado; mejorar sustantivamente el bienestar de los habitantes y sus condiciones de vida, facilitando su acceso real a mejores niveles de educación, salud, y alimentación; establecer vías de comunicación que reduzcan el aislamiento geográfico y social de estas regiones y permitan una mayor vigilancia y control de actividades ilícitas; establecer un combate integral al narcotráfico en todo el ciclo producción/distribución/consumo y a la posesión ilegal de armas y elevar la eficacia del trabajo policial, disminuyendo a su vez los altos niveles de impunidad que rodean al delito en el estado; sólo así podrían modificarse los patrones de homicidios observados en Jalisco en la década de los 90.
Agradecimientos
Este trabajo ha sido posible gracias al apoyo del Centro Universitario de Ciencias de la Salud de la Universidad de Guadalajara y al patrocinio financiero del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT), proyecto 30643.
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Dirección para correspondencia
Guillermo J. González-Pérez
ggonzal@udgserv.cencar.udg.mx
Recibido el 26 de octubre de 2001
Versión final presentada el 12 de septiembre de 2002
Aprobado el 14 de enero de 2003